UNA HISTORIA REAL


 

Serían las ocho de la tarde, noche ya cerrada por la época en la que estabamos y volvía de la zona del puerto donde había estado pescando. Llegaba ya a mi coche y bajo la luz de las farolas veo dos tipos que se me acercan. Uno grande y fuerte con cara de malo, el otro más pequeño y escudándose detrás del primero, sin embargo algo me dijo que ese era el más peligroso, que llegado el caso sería quien me diera la puñalada. Inmediatamnete se me activan todas las alarmas pero sigo andando intentando aparentar indiferencia

Algo en ellos me resultaba familiar y tenía la sensación de conocerlos pero no lograba ubicarlos. Cada vez estaban más cerca y los músculos se me tensaron, mi cerebro liberaba oleadas de adrenalina que  corría por mi cuerpo y yo intentaba decidir que hacer: pelear o huir. Entonces sin previo aviso, el más grande me propina un fuerte empujón que casi me hace perder el equilibrio y el segundo me da un  golpe en el estómago.

El dolor en el abdomen fue como el rayo que iluminó mi mente, me recordó otras situaciones similares y tan distintas a la vez y ahora sí los reconocí. ¡Eran Miedo y su compinche Ansiedad!

Creía que eran ya agua pasada y que no los volvería a ver pero allí estaban y como tantas otras veces me preparé para luchar con ellos. Sin embargo algo había cambiado a mi en los últimos meses, recordé que eran el tipo de sujetos que buscan bronca, que  se crecen en la pelea y sólo conseguiría hacerme daño. La voz interior de mi mente mientras tanto me decía: - ¡corre, escapa de ellos!-. Y eso es sin duda lo que habría hecho tan sólo un año atrás pero ahora ya sabía que tampoco era la solución. Huir de ellos sería como intentar escapar de mi mismo, me atosigarían sin descanso hasta darme caza.

Así que hice lo único que no se esperaban, eso a lo que los tipos como ellos no están acostumbrados. Les tendí la mano, les invite a subir conmigo al coche e incluso que vinieran a mi casa, pero les dejé claro que aunque no iba a pelear tampoco pensaba preocuparme de ellos, que seguiría con mi vida, que volvería a aquel puerto a pescar cuantas veces me apeteciera, comería con o sin dolor de estómago y disfrutaría de mi vida aunque me acompañasen hasta el último de mis días.

Hoy mientras escribo estas lineas siguen aquí conmigo pero curiosamente ya no me parecen tan grandes ni aterradores como lo eran ayer.

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